Mientras prominentes intelectuales de la izquierda española se deshacen en halagos por el anti gitano Salvini, este último pacta con Le Pen y el partido de ultra derecha española, vox, llena el palacio de Vista Alegre. Lo preocupante, sin embargo, no son los dos artículos de Monereo, Anguita y Héctor Illueca: “¿Fascismo en Italia? Decreto Dignidad” y “¿Todos los gatos son pardos?”, o su economicismo dogmático y sus acrobacias pseudoestratégicas en el contexto de la triunfante real politik. Sobre eso ya se ha debatido suficiente, al menos en los términos del campo político eurocentrado y, por lo tanto, absolutamente subdesarrollado en materia de reflexión intelectual, ética y política sobre la cuestión del racismo y su papel en el tablero actual. Lo que destapa este debate, en sus diversos matices, es que a la izquierda le queda aún un largo camino lleno de frustraciones y cabilaciones para comprender por qué está perdiendo la batalla.

En lugar de apostar por un análisis realmente renovador en momentos en que el racismo se destapa como uno de los últimos reductos ideológicos -no el único- que mantiene a gran parte de la denominada clase trabajadora europea presa de la hipnósis populista del derechismo más casposo, estos intelectuales prefieren seguir el camino que todo idealista desencantado se decide a tomar cuando su proceso de aburguesamiento político llega a su fin: intentar conectar con gran parte del electorado que vota a la extrema derecha a través de un análisis grosero de la economía política. De ahí que elogien el populismo del neo-fascismo político europeo emergente y decidan, como sus paradójicamente admirados colegas de la derecha social, recurrir a conceptos como el de “buenismo” o lo “políticamente correcto” cuando son cuestionados. Ante los reproches de algunos colegas, los pensadores políticos responden: “En política hay que debatir sobre datos y hechos. Juzgar las intenciones es propio de inquisidores y pobres mentes que carecen de argumentos racionales. ¿Fascismo en Italia? Decreto Dignidad.”

He aquí que nuestros trasnochados camaradas repiten un mantra propio de la soberbia autoritaria que dirige la actitud de algunos aguerridos defensores de lo que los zapatistas llaman “el mal gobierno” o de aquellos cuyo valor más preciado en lo que respecta a la política no es más que una creciente, trepadora y deshumanizadora ambición por el poder institucional. Pero no, los gitanos no juzgamos sus intenciones. Tampoco juzgamos las intenciones del jambo rabúo Salvini ni del lacrómala sombra Le Pen. Juzgamos datos y hechos que tienen que ver con cuestiones que ustedes se niegan a conocer y reconocer. Cuando gitanos y gitanas escuchamos a Salvini amenazar con expulsar a los romaníes migrantes de Italia y lamentar no poder expulsar a los gitanos nacionalizados escuchamos a Sarkozy, escuchamos a Valls, a Víktor Orban; tenemos presente la situación en Eslovaquia, República Checa, Ucrania, Francia, Rumanía Bulgaria… Tenemos presente el Estado español. Gente y gobiernos de los más diversos pelajes en lo que respecta a su política, pero de uno solo cuando se trata de la nuestra: el racismo institucional ¿Quieren datos y hechos? Cientos de miles de seres humanos expulsados con violencia de suelo europeo, separados de sus familias, condenados a la extrema pobreza, a una guerra por la pura supervivencia, a la muerte. Datos y hechos según las organizaciones de Derechos humanos, no según discursos inflamatorios de revolucionarios anti-sistémicos. Datos y hechos según los propios burócratas de los parlamentos europeos, los que intentan gestionar la miseria que sus gobiernos jefes han provocado. Ustedes no están en condiciones de hablar de datos y hechos: estudian, analizan y profesan los datos y los hechos que hablan de su piel; más allá de eso, no hay piel, no hay cuerpo, no hay geografía o política posible.

Del idealismo adolescente al pragmatismo con canas

 Lo más interesante de todo esto es que la deriva pragmatista a través de la que la izquierda se plantea construir hegemonía está demostrando no ser suficiente para ganarle el pulso político a la extrema derecha y llega el momento de aceptarlo. Estamos de acuerdo en que un idealismo desfasado que no acepta las condiciones materiales de la mayoría no tiene nada que hacer en la batalla por la transformación de la sociedad contemporánea europea. Estamos de acuerdo en que es imposible cuestionar el orden neo liberal sin “mancharse las manos” con el barro de la política más allá de nuestros respectivos guetos auto-referenciales. Sin embargo para nosotros y nosotras, el orden no es únicamente “neo-liberal”, el orden es también racial, y esto tiene que ver con la magnitud e influencia nefasta de su gueto autoreferencial, el más peligroso y violento de todos. No se trata de un simple punto de vista, el orden es racial también para ustedes; es una observación de la que depende nuestra existencia como Pueblo y los derechos de los no blancos, pero es un apunte del que también depende su situación frente al fascismo.

 La valentía necesaria de una política futura

 Ahora bien, los gitanos y gitanas, las comunidades racializadas en el continente, no le piden a la izquierda que se dedique a grandes reflexiones sobre las intenciones de los fascistas. Les exigimos que, si ustedes han perdido el Sur político, no intenten engañarnos a nosotr@s. Nuestra ética es necesariamente pragmática porque se basa en la defensa de nuestra vida y humanidad, nada más concreto y material que eso. Para ello, dudamos que la salida, incluso desde el punto de vista de sus  propios intereses, consista en intentar ocupar la posición del poder evitando posicionarse en materia de inmigración. Si observan la actitud de estos partidos podrán localizar una voluntad conservadora que se engarza a la perfección con las políticas tradicionales de la derecha y que es consciente de que este es un asunto profundamente problemático para su propio electorado.

 Por todo ello, parece que, al fin, determinado sector de esa izquierda ha decidido abandonar su tibieza en torno a esta cuestión destapando, por fin, su verdadero rostro. Para ello, nada mejor que contar con personajes como Jorge Vestrynge, cuyo viraje político representa una realidad general de determinada izquierda económicamente marxista y culturalmente a la derecha. ¿Será capaz esa izquierda de romper con su propio gueto y descubrir que si no es al lado de las comunidades racializadas y migrantes en Europa su batalla política contra la ultra-derecha está perdida? ¿Conseguirá ampliar su mapa estratégico en lugar de hablar constantemente de ello y utilizar una retórica hueca para atacar a quienes no comparten sus coordenadas? No anhelamos su posición. Planteamos otra forma de luchar. No se engañen, cualquier político profesional -racializado o no- que persiga el poder sin cuestionarlo, o, sin al menos, negociar intensamente con él, se asemejará tanto a su contrincante cuando logre su deseado éxito, que lo único realmente diferente que quedará de él será su particularidad cultural. Ante esta posibilidad, no nos dejamos seducir ni por la trampa de la diversidad que despliegan las políticas de la identidad bajo el imperio del neoliberalismo ni por el espejismo economicista de la izquierda que se hunde en la ideología de la blanquitud y que allí, en el fondo, abraza a la derecha. Nuestro apoyo y respaldo para l@scompañer@s que, dentro de la propia izquierda, oponen resistencia a estos devaneos y construyen una  verdadera política al servicio del cambio, cuentan con nosotr@s.