Sebijan Fejzula

(Kale Amenge)

El racismo contra el Pueblo Roma sigue estando omnipresente en toda Europa. Es hora de desarrollar una agenda política común para la unificación y la liberación colectiva de los romaníes.

La muerte de Stanislav Tomáš, un romaní de Teplice (República Checa), generó manifestaciones en muchos países europeos. El 19 de junio, un agente de policía presionó con su rodilla el cuello de Tomáš mientras le detenía, provocando poco después su muerte. A pesar de la gran solidaridad que este caso ha fomentado entre los romaníes europeos, todavía nos queda un largo camino por recorrer para movilizarnos de manera efectiva en contra de toda la violencia antigitana ocasionada por motivos raciales. Por otro lado, en lo que respecta a la lucha contra el racismo antigitano –o antigitanismo- seguimos sin contar con la solidaridad de los movimientos sociales y políticos de la izquierda en Europa. ¿Por qué los europeos blancos pueden ver y denunciar la opresión en Chiapas o Palestina, pero no la opresión contra los gitanos que residen en sus propias ciudades?

Los romaníes de Europa llevamos mucho tiempo sufriendo la brutalidad policial. Lo cual no se debe a una cuestión de manzanas podridas, sino que más bien se trata del papel de la policía como “guardianes” de la sociedad europea, tal y como las imaginan las élites gobernantes. Los romaníes vivimos sumergidos en un estado de terror permanente debido a esa violencia, aunque apenas se hable de la brutalidad policial como una manifestación más del racismo estructural. Muy poca atención se ha prestado para comprender y debatir que la brutalidad policial solamente encarna la cara más cruda del racismo antigitano; pero la cuestión es mucho más compleja.

La muerte de Stanislav Tomáš no es un caso aislado. Está fuertemente enraizada en el racismo estructural antigitano, arraigado en el núcleo de los países europeos y en sus nociones de “sociedades seguras”. Durante siglos, la ansiedad de los blancos por “su seguridad” se ha manifestado de diversas formas: desde la segregación urbana y escolar hasta la violencia policial, pasando por el encarcelamiento masivo y las políticas de deshumanización.

Nuestra gente es muy consciente de la situación a la que se enfrenta y de sus experiencias diarias con el mundo blanco.

¿Somos capaces de garantizar un espacio seguro para los romaníes en Europa, en donde no seamos perseguidos desde el supermercado hasta el ámbito político, donde no debamos de enfrentarnos a deportaciones o a esterilizaciones forzosas, como ya ha ocurrido con mujeres romaníes en varios países? ¿Somos capaces de garantizar un espacio seguro en el cual podamos ser respetados bajo los términos en los que decidamos vivir nuestras vidas?

La normalización de la violencia antigitana

El hecho de que la comunidad Romaní en Europa siga siendo sistemáticamente oprimida, 80 años después del Porrajmos -el Holocausto sufrido por los romaníes a manos de la Alemania nazi- y que muchos sean vistos y tratados como extranjeros dentro de sus propios países, demuestra la poca atención política que se ha prestado a nuestra lucha. La narrativa dominante del Holocausto nazi sólo incluye realmente la experiencia judía, excluyendo, entre otros, a los sinti, los romaníes, los discapacitados, los LGBTIQ, los comunistas y otros antifascistas. Los romaníes nos enfrentamos a las consecuencias más extremas del racismo antigitano, la muerte de Stanislav Tomáš y la amenaza de desalojo de varias familias romaníes en Pata Rât de Cluj-Napoca, Rumanía, son sólo los últimos ejemplos. La violencia legitimada contra nuestros cuerpos y la negación brutal de la dignidad humana continúan.

La negación constante del racismo contra los romaníes en el mundo académico, en las políticas antidiscriminatorias y en los medios de comunicación es precisamente lo que ha creado la necesidad de autojustificación y de demostrar constantemente que nosotros, como Pueblo o que nuestra cultura, no somos/es responsable de nuestro propio sufrimiento. Nosotros no somos el problema, como muchos han intentado argumentar. El problema radica en la blanquitud como orden racial estructural en el que nosotros somos vistos como una amenaza para el orden social imperante.

Es en este contexto donde el racismo antigitano aparece como una táctica reguladora para observar, controlar y disciplinar al cuerpo romaní. Por poner un ejemplo, en 2018, Matteo Salvini, ministro de Interior de Italia en ese momento, anunció que Italia planeaba expulsar a todos los romaníes nacidos en el extranjero, añadiendo: “lamentablemente tendremos que mantener a los romaníes italianos porque no podemos expulsarlos.”

Por supuesto, estos discursos y prácticas racistas no son exclusivos de los partidos de derechas; la normalización de la violencia contra los romaníes en la actualidad es también el resultado del fracaso de los partidos, organizaciones y movimientos de izquierda en su lucha contra ella. Al mismo tiempo, los movimientos feministas blancos han adoptado el papel de “salvadores” que deben “rescatar” a las mujeres romaníes del llamado “patriarcado romaní”.

Todas estas narrativas históricas y las prácticas políticas actuales se han incrustado en la ideología de la supremacía blanca: la violencia política de los países europeos contra nosotros nunca terminó con la adopción de las cartas de derechos humanos ni con las estrategias nacionales de integración de los romaníes de la UE. De hecho, en esas Estrategias Nacionales de Integración de los Gitanos de la UE apenas se discute la noción de racismo antigitano, lo que conduce a la naturalización del racismo dentro de esas políticas públicas y de las iniciativas específicas sobre la “cuestión gitana” llevadas a cabo en el contexto europeo.

En consecuencia, se produce una marginación del antirracismo -excluyendo al racismo antigitano como un elemento fundamental que determina la situación de los romaníes- que contribuye a una comprensión y conceptualización del racismo  antigitano como una  consecuencia del “estilo de vida romaní”. Así, se culpa a nuestra cultura, tradiciones y formas de vida “diferentes” del racismo al que nos enfrentamos. En resumen, el racismo contra los romaníes se ha enfocado principalmente como un problema cultural más que político.

En conjunto, estos marcos políticos para los romaníes se oponen a un verdadero proyecto antirracista. Como lo ha definido Cayetano Fernández, investigador y militante  de Kale Amenge: “El antigitanismo es un sistema de dominación basado en la raza que tiene raíces históricas en la modernidad y que obedece a la construcción del hombre blanco europeo como modelo de humanidad, deshumanizando así a todos los demás”. En consecuencia, la idea de peligro ha estado históricamente arraigada en la definición del pueblo romaní como fundamentalmente incivilizado, indigno de confianza e “ingobernable”. Por tanto, la única forma posible de tratar a los romaníes es mediante la violencia.

Esta violencia se justifica porque, por un lado, se hace en nombre de “asegurar” a la población blanca -tanto en términos prácticos como metafísicos- y, por otro, se hace en nombre de salvar a los romaníes de sí mismos, de su comportamiento bárbaro. Esta imagen de los romaníes como una amenaza para la identidad y el pueblo blanco es el resultado de la producción histórica colonial del “gitano/otro” como ficción imaginaria blanca. En su artículo “La memoria colectiva romaní y los límites epistemológicos de la historiografía occidental”, Fernández sostiene que la historiografía que se ha creado sobre el pueblo romaní es una construcción blanca que ha producido principalmente una búsqueda ontológica y una legitimación de la identidad blanca. En resumen, la violencia contra los romaníes se justifica porque se hace en nombre del “orden” y la “seguridad pública”.

CUESTIONAR LA AGENDA POLÍTICA BLANCA

Estamos siendo testigos de cómo los guetos romaníes, desde las Tres mil viviendas en España hasta Teplice en la República Checa, se han convertido en modernas cárceles al aire libre donde los cuerpos de los romaníes son controlados, observados, brutalmente maltratados y asesinados. La categorización de esos espacios como barrios racializados -y por ello- “peligrosos” tiene como consecuencia una vigilancia permanente que ha provocado una intensa presencia policial, así como repetidos casos de brutalidad policial.

 Los guetos gitanos se perciben siempre como sinónimo de delincuencia, de ahí que la violencia sea permanente y excepcional. Los guetos son los lugares en los que nos es negada la humanidad y la dignidad, mientras que la vida de los blancos se sigue asegurando sobre la base de la deshumanización constante y continua de nosotros, los romaníes. Llevo muchos años investigando y trabajando sobre las políticas anti gitanas de carácter estructural y cotidiano, los casos de brutalidad policial y sus efectos traumáticos en la Europa romaní y, vaya donde vaya, los romaníes me dicen una frase que representa la mayor violencia contra la humanidad: “Ellos (las sociedades blancas) nos ven y tratan como si no fuéramos humanos”.

 Los movimientos romaníes, se han centrado en crear proyectos para incluir a los romaníes en el sistema educativo, pero no hemos cuestionado el sistema en el que pretendemos incluir a los romaníes ni hemos tenido en cuenta la violencia cotidiana y cultural a la que se enfrentan los romaníes en este sistema. Consciente de ello, entiendo perfectamente a los padres romaníes que deciden no dejar que sus hijos entren en un sistema educativo que les trata sin dignidad alguna. Tal vez, en lugar de eso, deberíamos centrarnos en crear espacios seguros para nuestros hijos, donde no sólo se sientan seguros, sino que, lo que es más importante, se sientan dignos y aceptados.

 Así pues, ¿cómo se ha convertido el pueblo romaní en un cuerpo aniquilable? Para responder a esta pregunta, debemos observar la construcción histórica del imaginario “gitano”, el criminal, el drogadicto, el “romaní rebelde”. Estos son los cuerpos que se consideran no humanos y que traen el desorden a la imaginaria “Europa civilizada”, cuyo funcionamiento se basa en la ley y el orden. La construcción del cuerpo romaní como una amenaza para el orden blanco ha producido políticas y narrativas de criminalidad y soberanía estatal que justifican la necesidad de vigilar y controlar los “guetos” romaníes, mediante sistemas de video-vigilancia, violencia policial y encarcelamiento masivo.

 A través de la construcción histórica de los romaníes como una amenaza para el orden blanco, la violencia contra nosotros se ha normalizado y justificado. De hecho, el cuerpo aniquilable no es sólo el cuerpo muerto; es el cuerpo que se enfrenta a la violencia diaria, el cuerpo que es visto y tratado como indigno, el cuerpo que está destinado a vivir en condiciones deshumanizantes. Es el cuerpo que vuelve a ser asesinado cuando el sistema le niega la justicia. El cuerpo romaní es visto como una amenaza política para la ley y el orden social, transformando la noción de “naturalmente propenso a la criminalidad” en un “enemigo público” del Estado. En resumen, el cuerpo aniquilable es el cuerpo que se viola constantemente, tanto simbólica como físicamente. Y, sin embargo, sin la presión de un movimiento político antirracista romaní coherente, Europa va a permanecer en silencio absoluto.

Hacia una agenda política romaní unificada

Durante años, muchos de nosotros hemos intentado hablar sobre esta violencia política, pero no podemos esperar más. Aunque aliento y apoyo completamente todas las protestas que han tenido lugar recientemente, también hago un llamamiento a la gente para que por fin empiece no sólo a cuestionar el sistema, sino a ir más allá y a organizarse en torno a una agenda política basada en las necesidades de nuestro pueblo.

Necesitamos proponer una agenda de cambios estructurales y no sólo cosméticos, una agenda que no busque beneficios individuales, sino que realmente ponga nuestras necesidades colectivas en primer lugar. Una agenda transformadora significa aplicar medidas que finalmente aporten cambios estructurales al orden blanco establecido.

Por supuesto, los romaníes de Europa no están solos en su lucha contra el racismo estructural. Las personas racializadas (negros, musulmanes, migrantes, refugiados, etc.) compartimos el mismo enemigo político, el Estado y sus instituciones, y nuestro poder político reside en nuestras alianzas contra ellos. Debemos unirnos y comprender que sólo juntos podemos destruir la figura del Hombre Blanco creada como símbolo de humanidad. Lejos de intentar continuar en el papel de salvador blanco dentro de esa lucha, los blancos deberían utilizar sus privilegios y luchar contra la blanquitud – especialmente en aquellos espacios que no son accesibles para nosotros. Deberían organizarse en torno a la cuestión de la blanquitud, como ya sugirió en 1966 el líder del movimiento Black Power, Stokely Carmichael, en su discurso en la Universidad de California, Berkeley. Allí dijo: “Y la pregunta es: ¿podemos encontrar gente blanca que tenga el valor de ir a las comunidades blancas y empezar a organizarlas?”.

Así creo que es importante hacer una llamada al establecimiento de una agenda política común y unificada contra el racismo antigitano, una agenda que realmente represente y defienda los intereses políticos de nuestro pueblo, basada en la honestidad política y la unidad, sin dejarse atrapar por las redes montadas por el propio estado racista. Una agenda que se base en la autonomía y la coherencia política.

Un renacimiento colectivo de la conciencia romaní

Es necesario un punto de inflexión en el carácter de las reivindicaciones políticas del pueblo romaní contra la sociedad racista, un renacimiento colectivo de la conciencia romaní que redescubra claramente su mayor y único enemigo: el racismo antigitano. Al mismo tiempo, no libramos esta batalla en solitario, sino junto a otras comunidades racializadas en la lucha contra el racismo, una cuestión institucional que implica el cuestionamiento colectivo de determinadas relaciones de poder.

Hablamos de una nación que cuenta con más de 14 millones de personas en Europa, por lo que tenemos los números, pero la cuestión es ¿cómo transformamos estos números en poder político? ¿Cómo creamos un programa político internacional autónomo que aspire a unificar la lucha internacional en una sola lucha romaní?

¿Podemos, como movimiento internacional romaní, unirnos por fin y empezar a replantearnos conceptos y estrategias como la “integración” y cambiar nuestra agenda hacia la importancia de la autorrepresentación, la autoorganización y, lo que es más importante, hacia la autonomía? Está más que claro que Europa no tiene un “problema romaní”, sino un problema con supremacía blanca y con la blanquitud. En otras palabras, el problema de Europa es su propia obsesión por la pureza y el dominio de los blancos. ¿Podemos por fin, como movimiento internacional, cambiar los términos de las discusiones y afrontar un problema político con una agenda política colectiva e independiente?

 *Parte de esta artículo ha sido previamente publicado en inglés en ROAR Magazine, disponible aquí