“O cuenta una paya la situación de la mujer gitana o no la cuenta nadie. Y desgraciadamente tiene que ser una paya porque ellos no tienen voz”, esta frase de Arantxa Echevarría, directora de la película Carmen y Lola marca perfectamente la relación histórica del mundo blanco con el pueblo Roma, una relación paternalista, racista y deshumanizante que está basada en una ideología del poder y el racismo. Precisamente por esto la frase de Echevarria desafortunadamente no está aislada, sino más bien está relacionada con cómo históricamente se ha percibido y tratado a mi Pueblo. Es decir, la frase de Echevarria está instalada dentro de los marcos de la blanquitud – una ideología producto de la supremacía blanca. Situados dentro de una estructura de dominación marcada por genocidios y violencias sistemáticas, el Pueblo Roma siempre ha sido tratado como un pueblo sin historia, un pueblo que no puedo ser entendido ni explicado a no ser mediante los blancos, a no ser que ellos se encarguen de hacerlo. Esta relación se ha mantenido por siglos, lo que llevó a que se naturalizara, e incluso se justificara la violencia hacia el cuerpo Romaní. No nos olvidemos de cómo los medios de comunicación han tratado la muerte de nuestro primo asesinado en Rociana, o de cuántas familias gitanas siguen esperando justicia.

 

Las narrativas de género se han convertido en un arma política para las mujeres blancas contra las personas racializadas, y de ahí parte esa ideología racista ejercida en el nombre de “salvar” a las mujeres gitanas de su propio Romanipen.

En este artículo yo soy el sujeto que narra nuestra propia historia, desde nuestra propia experiencia con el mundo blanco. Dicho esto, el problema no es que no tengamos voz para hablar, sino más bien si el mundo blanco es capaz de escucharnos. Es por eso que mi artículo parte desde esa experiencia, desde la experiencia del ghetto en donde nos ha confinado el mundo blanco y por ello, la frase de Echevarria, como el artículo de Pilar Aguilar: Vivan las hipérboles y el desmelene, publicado en Tribuna Feminista, o los muchos comentarios de feministas blancas “preocupadas” sobre nuestra “liberación”, me lleva a concluir que esto no es un debate feminista, sino un debate sobre la blanquitud. Y es que la blanquitud no se refiere al color de nuestra piel, como lo ha definido Pilar Aguilar refiriéndose a una gitana que ella conoce, más blanca qu ella con de piel nívea y ojos azules, sino tal y como lo he explicado arriba, la blanquitud es el marco político que se ha creado en base de la deshumanización de las personas racializadas. Un marco político que ha definido qué significa ser humano, donde los blancos están puestos como la definición de la humanidad, único modelo posible de civilización. Mientras que la supuesta “cuestión gitana” ha sido y sigue siendo el “perfecto modelo” del desorden dentro de Europa y su orden imaginario. Esto nos ha llevado a que “la cuestión gitana” sea tratada dentro de los márgenes de “integración” – ¡que no es nada más que una misión civilizatoria!  Es decir, corregir, civilizar y disciplinar nuestra manera de ser, o mejor dicho nuestra Romanipen. Precisamente es este contexto el que hace que mi artículo no debata el género, sino que debate la blanquitud como ideología de dominación marcada por diferencias raciales. 

Y aquí es donde yo sitúo al movimiento feminista blanco también como una ideología y proyecto marcado por la Modernidad, que no solo es cómplice de la blanquitud sino también a través de sus narrativas de “liberación” y supuesta “salvación” de las mujeres racializadas aparece como el aparato clave. Es decir, las narrativas de género se han convertido en un arma política para las mujeres blancas contra las personas racializadas, y de ahí parte esa ideología racista ejercida en el nombre de “salvar” a las mujeres gitanas de su propio Romanipen. Dicho más claro, el movimiento feminista blanco ejerce el mismo poder de dominación, mientras que ellas denuncian la usurpación por parte de los hombres de sus voces de mujeres blancas, ellas hacen lo propio con nosotras.

¡No hay un problema con nuestra Romanipen, hay un problema con su blanquitud! 

Así pues, es un debate sobre la ‘raza’ y el racismo, más precisamente sobre el racismo antigitano reforzado, mantenido y ejercido por el movimiento feminista blanco y sus narrativas de liberación. ¿Por qué? Porque si al movimiento feminista blanco realmente les preocupara la realmente la liberación de las mujeres gitanas, hubiesen confrontado y se hubiesen levantado contra la esterilización forzada realizada a nuestras primas en Checoslovaquia desde los 60’s hasta los 2000’s. ¿Dónde estaba el movimiento feminista blanco en aquel entonces? El hecho de que vivamos situaciones normalizadas, silenciadas e ignoradas como por ejemplo la humillación pública de las mujeres gitanas de Rumanía en la plaza de Madrid, al ser perseguidas, golpeadas, bajo férreo control policial, mientras que el movimiento feminista blanco se queda mudo, nos dice que efectivamente no todas somos hermanas y no todas las vidas importan. Debates que se centran solo en la cuestión cultural lo que hacen es eliminar cualquiera posibilidad de discutir la violencia política producida por el sistema blanco racista, y más importante, eliminan la posibilidad de crear cualquier proyecto útil para los pueblos racializados.

“¿Pero no eres feminista?” es una pregunta que me hacen a menudo, no en conferencias feministas, sino en conferencias en donde hablo de la violencia estructural hacia nosotras, o sea del racismo.  Es una pregunta formulada desde el poder blanco y tiene dos intenciones: en primer lugar, desplazar el foco del debate sobre la raza, y, en segundo lugar, la de hacer girar el debate en torno a cuestiones de género para discutir la llamada “posición patriarcal de las personas racializadas”. Porque no les conviene mantener un debate sobre el racismo, porque entonces ellas tendrán que admitir que las vidas de las mujeres blancas están siendo beneficiadas por la constante racialización y deshumanización de las mujeres gitanas. Ésta no es una pregunta que me haya hecho yo misma. Dejé de hacerlo en cuanto terminé mi máster en estudios de género. Fue entonces cuando la respuesta a esa pregunta quedó bastante clara. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo, como mujer gitana, no podía ser la estudiante de estudios de género que debía teorizar su experiencia como mujer en una Europa enardecida por el racismo antigitano, cuando esa misma experiencia estaba marcada, definida y construida por mi raza. La raza, que es la que marca toda mi experiencia vital no tenía la misma importancia que mi género. Me preguntaba por qué, hasta que entendí que un proyecto Moderno como el feminismo blanco nunca será un proyecto emancipatorio para las mujeres racializadas porque no está hecho para que lo sea.

Como descendiente de los antepasados que la Europa antigitana no pudo eliminar por completo, hago un llamamiento a mis hermanas gitanas de todo el mundo para que establezcan un movimiento de mujeres gitanas que nunca deje de denunciar la devastación de las vidas gitanas en Europa.  Y es que como mujeres racializadas debemos dejar de pedir al movimiento que nos incluya dentro de sus estructuras. No podemos seguir pensando que debemos modificar, corregir y transformar un que está construido contra nosotras, en lugar de eso dediquemos nuestro esfuerzo a la ingente tarea de combatir la blanquitud. Asumamos que, si queremos ser un sujeto político con agenda política propia necesitamos de nuestra autonomía, que nunca se va a construir en espacios y estructuras blancas. Como mujeres racializadas somos mayoría y ahí es donde nuestra fuerza política tiene que estar situada, desde nuestras propias experiencias, que es lo que nos permitirá construir un movimiento emancipatorio fuera de las lógicas de la blanquitud. 

Tal y como dije antes: La liberación de las mujeres gitanas sólo se alcanzará cuando logremos liberarnos del racismo antigitano, de ese sistema de opresión racista de cual muchas mujeres blancas todavía se benefician.

¡Por nuestra liberación, por nuestra dignidad!

Sebijan Fejzula.