En el patético monólogo del casi famoso benge Rober Bodegas, encontramos el perfecto ejemplo del pensamiento social blanco acerca de los distintos sujetos políticos racializados del estado, concretamente, sobre el Pueblo Gitano.

“Nosotros hemos pedido que vivan de acuerdo a nuestras normas sociales”

Éstas son las palabras que inauguran la nueva polémica racista, haciendo uso efectivo del poder que ostentan los de arriba en la jerarquía socio-racial -los gadjés utilizando la palabra “pedir” como eufemismo de obligar. La eterna agresión, el demonio que no muere; la integración o, como bien se está exigiendo en buena parte de Europa, el etnocidio. Ésta primera frase será la que defina el monólogo, ya que el resto sólo son demostraciones de la superioridad civilizatoria de la que hace gala el primer enunciado. Y es que, desde el momento en que se abraza un relativismo moral ciego ante la posición histórica del oprimido, los gitanos quedamos situados en el mismo nivel de privilegios que tribus urbanas como hipsters o geeks, invisibilizando nuestra condición política como Pueblo. Siendo así transformados en objetivos virtualmente válidos para cualquier broma. Aquí es donde se encuentra el racismo, porque si no ves “razas”, no comprendes la posición social que ocupas.

400 AMENAZAS DE MUERTE

El hueso del problema para ellos, la excusa en la agresión contra nosotros. El “cómico” utiliza el comunicado para aparecer como la “víctima”. Por lo tanto, si él es la “víctima”, los gitanos somos los agresores. Salvo honrosas excepciones, los medios han dado una visión fundamentada en las amenazas, desechando así la razón que ha llevado a cientos de miles de gitanos a denunciar en redes sociales un discurso racista. Han reducido el conflicto a un asunto de simples “ofendidos” ​por una broma, rechazando la lectura racial. Quedando Bodegas imbuido de la supremacía moral que le confiere sentirse defensor de la libertad de expresión, del progreso y la modernidad; siendo un perfecto “ciudadano de la izquierda progresista”

LA RESPONSABILIDAD DEL OPRIMIDO

Hay una delicada obviedad que es clave en la delimitación de las responsabilidades, y es que los racializados, en concreto el Pueblo Gitano, comprendiendo muy bien las normas de juego de la sociedad blanca, se niega a aceptarlas. Entendiendo la cordialidad/cortesía como la “manera correcta de vivir” impuesta por el lacró, es lo que Sadri Khiari brillantemente llama “Obligación de reserva” ​: La neutralidad esperada en las relaciones de poder, con unos términos conductuales (políticos) impuestos de arriba a abajo, que por costumbre (cortesía), son acatados. Hablando desde una perspectiva decolonial gitana, y no desde el juicio moral, nosotros rechazamos de plano la cortesía que nos conmina a pedir disculpas por las amenazas vertidas, pues no somos responsables de los actos de cada gitano, al igual que el “humorista” no es responsable del narcotráfico gallego. ¿Obvio, verdad? Pues resulta que si eres un sujeto racializado en un contexto racista, no. Resulta enajenante la neurosis en la que se nos sitúa. Nos referimos al imperioso complejo que nos obliga a justificarnos ante el estereotipo del gitano, queriendo desmarcarnos, y mostrar una imagen acorde con los valores cívicos que nos son negados. Así opera el racismo, obligando a asumir como colectivo los actos “negativos”, y como milagrosas excepciones los “positivos”

Así, mediante el rechazo al mito integracionista, o a la “manera correcta de vivir” entendida por el payo, los gitanos estamos construyendo nuestra dignidad y rebelándonos contra la dictadura del racismo estructural. Demostrando que sin sus maneras, podemos mirarnos de igual a igual.